¿Invertir en Bitcoins dinero de verdad?

¿Invertir en Bitcoins dinero de verdad?

15 Mayo, 2022

Qué es el dinero, y cómo ha evolucionado en el tiempo

“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” – S. Juan 1:1 

En el principio existían los bienes… Los humanos hemos cazado y recolectado durante unos tres millones de años, después nos convertimos en agricultores y ganaderos, pero esto ocurrió hace solamente 10.000 años. Una gran evolución, sin duda, sin embargo, nuestro objetivo fundamental continuaba siendo el alimento de nuestras comunidades. El objeto básico de nuestro esfuerzo era producir los bienes que necesitábamos para autoconsumo.

En determinado momento de su evolución, los seres humanos consiguen sobre-producir. Algunas comunidades consumían menos de lo que generaban, y ya no podían almacenar más, así que preferían intercambiar el exceso de bienes. De esta manera comenzó el trueque. El ratio de intercambio se acuerda en un momento específico y para unos bienes concretos. El intercambio ocurre en ese momento, porque, poco después, un litro de esa leche podría tener que intercambiarse por un número más elevado o inferior de esas jarras de barro. Y subrayo las expresiones “esa leche”, no otra, “esas jarras”, no otras, y “ese momento”, no otro momento.

Una vez conseguida una mayor eficiencia, se incrementó esta sobreproducción y surgió el dinero. El objetivo era evitar verse obligados a entregar los bienes almacenados a cambio de demasiado poco o de elementos que no se necesitaban en aquel momento. Si determinada comunidad tenía un excedente que no podía conservar de forma segura o que no podía intercambiar por bienes de interés inmediato, debían utilizar algo intermedio. Ese “intermedio es, evidentemente, lo que denominamos dinero.

Pero, ¿qué es el dinero?

El dinero tiene que representarse por ciertos elementos que sean difíciles de encontrar o producir y que resulten fácil y claramente identificables frente a otros que se parezcan. Cuanto más difíciles de encontrar, mayor valor pueden representar. Si utilizamos cantos rodados comunes del río de al lado, podemos tener la tentación de ir al río y agarrar un par de piedras en lugar de utilizar aquellas que acabamos de recibir a cambio del exceso de leche. Para evitar esta situación, el trabajo de ir a buscar las piedras debería ser mayor que el necesario para producir lo que representan, o al menos similar. En el caso de cantos rodados comunes, puede ser que necesites entregar unos cientos de kilos de ellos a cambio de una jarra, lo cual sería muy incómodo. Sin embargo, ¿qué ocurre si en su lugar utilizamos unos especialísimos cantos rodados rojos que proceden de un río a 100 km, que son claramente rojos comparados con la inmensa mayoría de los cantos blancos y grises del rio que está al lado de nuestro pueblo?

Estos cantos rojos exigen un paseo de cuatro días y otros cuatro días de vuelta, como mínimo. Por otro lado, la cantidad de piedras que una persona puede transportar sin ruedas es bastante pequeña. En ese caso, cuando muestras una de esas piedras rojas, lo más probable es que la hayas conseguido como resultado de un intercambio, y por esa razón, es capaz de representar un valor. En este sentido, la piedra roja representaría, por ejemplo, jarras del futuro. Si hoy no necesito jarras, puedo aceptar una piedra roja a cambio de mi leche y guardarla con la esperanza de que, cuando necesite jarras, el alfarero estará dispuesto a aceptar piedras rojas a cambio de sus jarras. Por su parte, el alfarero en ese momento confiará en poder intercambiar más adelante mi piedra roja por otros objetos que le interesen. El dinero representa bienes del futuro. Los bienes tienen un ratio de intercambio (precio) variable en el tiempo, en función de la oferta y la demanda. Al cambiar los precios, es posible que más adelante no consiga yo tantas jarras como había pensado a cambio de la piedra roja, o que tenga que entregar más litros de leche para recibir una de esas piedras. Así pues, el dinero no es una representación totalmente segura y estable de los bienes del futuro, pero es una alternativa mucho mejor que tirar a la basura los productos por no poder realizar un trueque ni almacenarlos.

Las piedras rojas permiten a su propietario realizar futuros intercambios. Así puede aprovechar las oportunidades que surjan, decidiendo cuándo comprar lo que necesita y cuándo vender lo que almacena. Acumular piedras rojas otorga poder de decisión.

Cuando la superproducción se incrementa aún más en nuestra comunidad, la escasez de piedras las hace más valiosas. Aquel que tiene una guardada solamente la entregará si lo que le ofrecen es una cantidad satisfactoria y mayor de bienes, porque, de otro modo, preferirá llevar a cabo un trueque menos favorable o tirar los bienes a la basura, para conservar la piedra roja. Por otra parte, la gente estará dispuesta a ofrecer más bienes a cambio de uno de estos cantos rodados especiales. La cantidad de bienes exigible por cada piedra roja aumenta, aunque el número de jarras que se corresponden con 1 litro de leche continúe siendo el mismo. Esto se denomina deflación, una bajada de precios por crecimiento de la economía. Cuando se produce este fenómeno, un grupo de miembros de la comunidad deciden ir al río de los cantos rodados rojos y traer otro montón de ellos. Ahora sí que merece la pena el esfuerzo de ir andando hasta allí y volver con las piedras. Este grupo obtendrá un “pago” a cambio de este esfuerzo, ya que podrán intercambiar estas nuevas piedras rojas por bienes equivalentes. Pero, al poco tiempo, este incremento en el número de piedras aumenta el precio de la leche y de las jarras, en términos de la cantidad de piedras. Esto es lo que se llama una inyección de liquidez, y su consiguiente inflación de precios. Lo que llamamos quantitative easing es traer el río a casa.

Dado que las piedras rojas son difíciles de conseguir, muy pesadas y de transporte complicado, cuando la sobreproducción que quieres vender es sumamente grande, ya no deseas que te den más piedras. Entonces, el hombre desarrolló el dinero representativo, en forma de monedas o billetes que expresan una promesa de pago. Tienen que ser difíciles de falsificar, pero fáciles y baratos de producir. Una vez que son aceptados por todo el mundo, pueden fácilmente reemplazar a las piedras. El valor de este dinero representativo está relacionado con la certeza (¿fe, confianza?) de obtener un pago. Dicha confianza puede basarse en un enorme stock (banco) o en la autoridad (estado). En tanto en cuanto la cantidad de dinero disponible está directamente relacionada con los stocks, el dinero puede intercambiarse por bienes actuales o de un futuro cercano, por tanto, no supone ningún problema. Ja, ja.

Un paso más en la evolución del dinero son los préstamos. El dinero es la promesa de un bien futuro y un préstamo es la promesa de dinero en el futuro. Así, por ejemplo, esta semana mi producción de leche ha sido escasa, tú me das una de tus piedras rojas y yo prometo devolvértela la semana que viene, cuando venda mi (futura) leche. Sin embargo, tú no quieres mi leche futura, quieres piedras rojas, porque estás totalmente seguro de que yo sé mucho mejor que tú cómo vender mi leche a cambio de piedras rojas. Los tipos de interés son, evidentemente, el dinero adicional que tengo que devolverte para que te resulte atractivo prestarme. Esta promesa de devolución y el interés tienen que conservarse en algún tipo de registro público, o por escrito, de manera que no nos “olvidemos” de nuestro acuerdo. Un préstamo, al ser una promesa de devolución del dinero, implica un riesgo para el prestamista que podría no recuperar lo prestado. La existencia de préstamos no altera la ecuación de representación de los bienes. Si el prestamista puede prestar, es porque tenía el dinero en ese momento. Y lo tenía porque había vendido un sobre-stock o porque a su vez recibió un préstamo equivalente. El equilibrio entre stocks y dinero se mantiene, aproximadamente, incluso cuando se introducen préstamos en la ecuación.

Así es como el dinero y los préstamos han funcionado durante cientos de años. Los servicios bancarios comenzaron para ofrecer a la gente la posibilidad de depositar su dinero. En lugar de guardarlo en casa, es más fácil y seguro (¡ja, ja!) entregarlo al banco que guardarlo uno mismo. A cambio, el banco te entrega un recibo y escribe una anotación en tu cuenta. De hecho, esto equivale a darle al banco un préstamo, pero con un interés menor del que recibirías de otra persona, debido a su mayor capacidad de repago y, por tanto, al menor riesgo de impago (ja, ja, ja).

Con el tiempo, los bancos comenzaron a ofrecer otros servicios adicionales al de mantener a salvo tu dinero. Por un lado, ofrecen pagar a terceros en tu nombre. En lugar de llevar el dinero encima, puedes firmar un papel y el banco pagará en tu nombre, deduciendo el dinero de tu cuenta. A este documento lo denominamos cheque. Mediante un cheque, solicitas a tu banco que pague una cantidad en tu nombre. Lo que realmente está ocurriendo es que el vendedor te está dando un préstamo (consigues el producto, pero no le das el dinero), documentado mediante el cheque. Dicho vendedor irá a tu banco con la prueba de su préstamo (el cheque) y tu banco le pagará, cancelando así el préstamo. En lugar de tener que ir a tu banco, el vendedor puede entregar el cheque a su propio banco, que, en su nombre, habla con el tuyo y saldan la deuda. Para evitar el tener que escribir cheques, todo este proceso fue evolucionando hasta llegar a las tarjetas de crédito o débito con el imprinter o “bacaladera”. Ya ni siquiera era necesario llevar el papel, el vendedor lo tenía todo preparado. Le dabas tu tarjeta para imprimirla, el vendedor escribía la cantidad y lo firmabas (sin olvidar la propina). Pero, en realidad, este tipo de operación equivale a un cheque.

Con la aparición de los ordenadores, la mayoría de estos procesos comenzaron a funcionar electrónicamente, incluyendo tu firma, o su equivalente, el número PIN. Cuando se utilizan ordenadores, todas esas conversaciones entre el vendedor y tú, y entre los respectivos bancos, son más rápidas, seguras y con menos errores. Por otro lado, el banco, en lugar de guardar tu dinero en una caja fuerte, liquida las operaciones con el emisor de la moneda, el banco central del Estado. Cuanto mayor es el porcentaje de transacciones electrónicas, la necesidad de dinero físico se reduce. Así, después de 50 años de transacciones electrónicas, hay países como Suecia, por ejemplo, en los que el efectivo ya no se utiliza: se estima que, en 2020, menos del 0,5% de las transacciones se realizan en efectivo. El dinero electrónico se crea, distribuye e intercambia más fácil y rápidamente. Estas características también son aplicables a su destrucción.

Pensemos en qué es un euro o un dólar. Hoy en día, son básicamente una anotación en el banco, con un reflejo en el Banco Central, que dice que tal banco tiene un euro/dólar que pertenece al señor X, es decir, que el señor X es el “dueño” del dólar.

Los bancos ofrecen además otro tipo de servicios a sus clientes, como los préstamos. En lugar de guardar en la caja fuerte el dinero recibido de otros clientes, te lo ofrecen a ti en forma de préstamo. De esta manera, por cada 100 € recibidos de sus clientes, prestan 98 (coeficiente de caja del 2%). Este sistema depende para su funcionamiento de que no exijan su dinero al mismo tiempo todos los depositantes. De este modo el dinero alimenta la economía.

Sin embargo, existen dos problemas. El propio banco puede conseguir préstamos de otras entidades, que no son ni depositantes ni accionistas, a través de préstamos del mercado interbancario, financiación del Banco Central, bonos y otras formas de deuda. De esta manera pueden llegar a prestar por un valor superior al conjunto de los depósitos que han recibido de sus clientes. Del mismo modo, los Bancos Centrales pueden generar más dinero que el representado por los excedentes de stocks de la población que cubren, especialmente cuando el gobierno gasta más de lo que obtiene a través de los impuestos, con lo que se genera un “déficit”, que hay que financiar (pagar algún día).

Al final de todos estos procesos, la antigua relación entre 1 litro de leche y un número de jarras del futuro, queda contaminada por los efectos anteriores, hasta el punto de que, no hace mucho, empezamos a diferenciar entre una economía financiera y una economía real.

Pero la cosa no termina aquí. El último giro del concepto de dinero son los derivados. Si el dinero representa los bienes futuros, y los préstamos, el dinero futuro, los derivados representan el futuro del futuro. En realidad, son apuestas especulativas bajo el disfraz de productos de estabilización financiera. Esto ocurre, por ejemplo, cuando alguien consigue un préstamo para garantizar la promesa de vender determinadas acciones que no posee en ese momento. Si no las posee, ¿cómo puede venderlas? Porque promete comprarlas en el futuro, justo antes de tener que entregarlas. Este tipo de transacciones pueden llegar a representar el 50% de las compraventas de acciones de un solo día (ventas en corto). Lo mismo sucede cuando se venden productos financieros que representan paquetes de préstamos anónimos, que agrupan un rango de riesgos y tipos diversos, y que suponen más del 20% de las hipotecas de un país (subprime). Esto también ocurre cuando haces un depósito y el interés que te ofrecen se deriva del tiempo que hará en Patagonia el año que viene (depósitos estructurados). Después de todo esto, el lío es prácticamente total.

Sólo nos faltaban las criptomonedas, que nos retrotraen a las piedras rojas. Nuestro sistema de piedras rojas no necesitaba ningún agente central que ofreciese la garantía del intercambio, o que regularse el número de unidades que había el sistema. Todo lo que el mercado necesitaba era una alta dificultad para producirlas, o, mejor dicho, para introducirlas en el mercado, y que fuesen fácilmente identificables frente a otras piedras parecidas. El resto se auto regula, para bien o para mal. La inflación, los precios de los bienes, incluso los préstamos, pueden desarrollarse sin necesidad de un agente central. Pues bien, las criptomonedas son las modernas piedras rojas: limitadas en número, difíciles de obtener y pueden identificarse con bastante facilidad. Para determinar si una ristra de dígitos es un Bitcoin, basta con aplicarle una fórmula, y, obviamente, un ordenador que haga el cálculo. Saber si quien envía una fracción de Bitcoin es su propietario es fácil, incluso puede ser considerado como determinista, siempre que exista un consenso amplio de que así figura en el libro de cuentas (general ledger) y que existan numerosos observadores que garanticen que es correcto. No hay un agente central. Se trata de un amplio número de entidades peer-to-peer; es decir, que ninguno actúa como centro para los demás, sino que entre ellos se ponen de acuerdo para determinar si una transacción es válida.

La cantidad de Bitcoins disponibles es pública. De esta manera el mercado puede fijar sus precios. La inflación sería (en teoría) relativamente baja y las transacciones, seguras (la integridad y el no repudio son inherentes al sistema blockchain). Los tipos de cambio del Bitcoin con el dólar o el euro dependen de la especulación, porque no hay mucho uso en transacciones reales (¿aún?). Hoy en día, se utilizan fundamentalmente para “invertir” en ICOs (Initial Coin Offering), que son como salidas a bolsa, y para pagar rescates de ataques de malware (ransomware). Sin embargo, debido a sus características, pueden suponer una buena base para complementar o incluso reemplazar al dinero tradicional.

Para aquellos que son escépticos en cuanto a las criptomonedas como el Bitcoin, permitidme que os cuente un chiste anónimo que leí hace poco en las redes sociales:

En agosto, en un pueblecito de la costa, ha estado lloviendo intensamente en mitad de la temporada alta; las calles han permanecido desiertas durante varios días. La crisis ha azotado este lugar durante mucho tiempo, todo el mundo tiene deudas y viven a base de créditos.

Afortunadamente, un millonario con dinero fresco llega y entra en el único hotelito del lugar. Pide una habitación, deposita un billete de 100 en el mostrador de la recepción y se va a echar un vistazo a las habitaciones, para decidir si alguna le gusta.

El director del hotel agarra el billete, corre a pagar sus deudas con el carnicero, quien rápidamente coge el billete y corre a pagar sus deudas con el criador de cerdos. Ahora, es el criador quien corre a pagar lo que debe al molino de purines. El propietario del molino agarra el billete al vuelo y corre a saldar su deuda con Eva, la prostituta, a quien no ha pagado en mucho tiempo, ya que, durante la crisis, incluso ella ofrece su servicio a crédito. La mujer, con el billete en la mano, camina hacia el hotel, donde ha estado llevando a sus clientes las últimas veces y con el que aún tiene una cuenta pendiente, y entrega el billete de 100 al dueño del hotel.

En ese momento, el millonario, que acaba de terminar de echar un vistazo a las habitaciones, baja y dice que no le convence ninguna, toma su billete y se va. Nadie ha conseguido un céntimo, pero ahora todo el pueblo vive sin deudas y ve el futuro con más confianza”.

Probablemente, no te diste cuenta de si identifiqué la divisa del billete, si era de 100 dólares, euros, rupias, o Bitcoins. Este factor no tiene importancia, en tanto en cuanto los agentes de la cadena tengan confianza en el valor del dinero. En principio, los dólares y los euros tienen el apoyo de sus respectivos bancos centrales. Pero ¿qué clase de apoyo podemos esperar de los bancos centrales?

La garantía de convertibilidad en bienes es la característica número uno que ha de tener una moneda; el grado en que percibo que es probable conseguir 1 litro de leche o unas jarras a cambio de una cantidad de la divisa en cuestión. Pero ningún gobierno puede garantizar la convertibilidad, excepto quizá en oro, hasta cierto punto, ya que depende de las reservas que ese estado posea de este metal; metal que, por cierto, es difícil de encontrar y fácil de diferenciar de otros. Los enemigos de esta garantía son la inflación, las caídas de los tipos de cambio y la reducción de la productividad de los usuarios de la divisa (la productividad es la capacidad de generar bienes y servicios por cada unidad de la divisa). La inflación es la reducción del valor, o el incremento de la cantidad de monedas que tengo que entregar, a cambio de una jarra. Fundamentalmente, esto ocurre cuando se añade un considerable número de piedras rojas al sistema con poco esfuerzo. Los estados pueden imprimir o generar unidades de su propia moneda efectivamente con poco esfuerzo, aunque no sin consecuencias. Por cierto, he oído últimamente a varios políticos decir, más o menos, que el dinero es papel, queriendo decir que el Estado tiene la máquina de fabricarlo. Sin embargo, la gente necesita producir cosas para conseguir dinero, así que está muy lejos de ser simplemente papel.

Esta capacidad de crear dinero existe para todas las monedas gobernadas por un Estado, pero no para las criptomonedas. Las piedras rojas son difíciles de encontrar y es duro traerlas al pueblo, pero no se sabe cuántas existen. Sakoshi Nakamoto, el desarrollador de los Bitcoins, creó el algoritmo que los sustenta, de manera que solamente existen 21 millones de unidades. Todavía hay Bitcoins que no han sido encontrados, y la manera de obtener los que continúan ocultos es mediante la “minería”, que implica un conjunto de ordenadores realizando un gran número de cálculos. Los Bitcoins todavía están siendo buscados a través de este mecanismo, pero el esfuerzo para conseguirlos es cada vez mayor. Si tienes curiosidad puedes averiguar cuántos Bitcoins existen en circulación y cuántos faltan por encontrar puedes visitar este sitio web. El 11 de abril de 2020 existían 18.318.462,5 Bitcoins y faltaban 2.681.537,5 por encontrar.

Así funcionan las criptomonedas y así es como resultan impermeables a la inflación. Los tipos de cambio entre dos divisas se basan en la oferta y la demanda, teóricamente, pero existe un complejo conjunto de elementos que influyen en dicho tipo de cambio como: los tipos de interés, la deuda del gobierno, la inflación, la política y la especulación; la mayor parte de estos factores afectan así mismo a las criptomonedas. La productividad del conjunto de los usuarios de determinada moneda incrementa el valor de esta, ya que por el mismo número de unidades son capaces de generar más bienes y servicios. Pero esto solamente es válido para una moneda que se utilice en un territorio determinado, al contrario que las criptomonedas, cuyos usuarios son anónimos y no están agrupados por territorios, por lo que no es posible calcular su productividad. En este momento, estas nuevas divisas no tienen una de las principales características necesarias, la de ser un medio ampliamente utilizado para el intercambio de bienes y servicios, pero, si llegaran a alcanzar ese punto, podría ocurrir que presentasen características sumamente atractivas.

Debido a la digitalización, las empresas de tecnología financiera (fintechs) han surgido como elemento de racionalización de los mercados financieros, hasta cierto punto, actuando como un límite a los monopolios bancarios. Las criptomonedas, por su parte, pueden constituir la competencia e imponer así límites a los monopolios de los bancos centrales. El crowdfunding y crowdlending (prestamistas e inversores en contacto directo con los prestatarios) son una alternativa viable a los monopolios de crédito (algunas estimaciones prevén que asciendan a 150.000.000.000 de dólares en 2020). Esto va en serio. Reconozco que todos estos conceptos pueden sonar poco familiares. Poco familiar, incierto, fuera de lo común, poco fiable. Sin embargo, quizá podríamos afirmar que son casi tan poco familiares, inciertos, fuera de lo común y poco fiables, como los de la economía financiera “tradicional”. Los prejuicios no deberían nublar nuestro entendimiento. Por tanto, estudiemos, aprendamos, y, entonces, juzguemos, tal como exige un asunto tan relevante.

Extracto del libro “Transformation Occurs at Night”, de Jose Manuel Arnaiz, octubre 2020. Próximamente será publicado en español.